Educación y Laicismo
Educación
y laicismo son dos conceptos que en la vida del pueblo mexicano aparecen
íntimamente ligados, a partir del 5 de febrero de 1917 cuando fue promulgada la
constitución política, que recogió y elevó a nivel de ley suprema las principales
aspiraciones populares que dieron origen a la Revolución Mexicana de 1910.
Fue en el artículo 3º de
esta constitución, donde quedó establecido que toda la educación pública esto
es, la educación que estuviera a cargo del estado en sus tres niveles de
gobierno: municipal, estatal y federal sería laica y en cuanto a la educación
impartida por los particulares, sólo sería laica la educación primaria;
disponiéndose además, que ninguna corporación religiosa, ni ministro de algún
culto, podrían establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria.
Así nacía formalmente el
laicismo educativo en nuestra Patria, que viene a ser uno de los principios
fundamentales que son garantía de las libertades del pueblo mexicano.
Al reclamar, aún de los
particulares, que la educación primaria que impartieran fuera laica y al
prohibir en ella todo tipo de participación de carácter religioso, se estaba
cuidando que a partir de entonces las nuevas generaciones, empezando desde la
infancia fueran formadas en el marco de una educación completamente desligada
de cualquier doctrina religiosa; quedando por lo tanto atender un aspecto tan
importante en el ámbito de los derechos del ser humano, como lo es la formación
religiosa, a elección libre y bajo la responsabilidad de cada familia.
La escuela atendería la
educación y la familia y las iglesias atenderían la religión.
Siendo que a partir de
1917 es cuando aparece de manera formal el laicismo en nuestra educación,
podemos afirmar que es algo relativamente nuevo en la vida del pueblo mexicano,
pues cuenta apenas con 86 años de existencia; y sin embargo en tan corto
tiempo, como veremos más adelante, ha experimentado diversos cambios y
vaivenes, como lo revelan las reformas sufridas por el artículo 3º
constitucional.
Hoy en día cualquier
persona del pueblo puede repetir mecánicamente que la educación que imparte el
Estado debe ser laica y gratuita; y obligatoria en los niveles de primaria y
secundaria, y próximamente también en preescolar; pero en la mayoría de los
casos no tenemos mayor información al respecto.
El propósito de este
trabajo es ahondar un poco más en lo que se refiere a la información que sobre
la laicidad de la educación poseemos.
Para adentrarnos en el
contenido sustancial de nuestro tema, es preciso partir del concepto
universalmente aceptado acerca de lo que encierra el término laicidad, y de la
aplicación que en diferentes épocas se le ha dado.
¿Es posible que en alguna
época la iglesia católica haya sido laica, y que en alguna ocasión haya
esgrimido en su defensa el principio del laicismo?. La respuesta es afirmativa.
Esto sucedió a fines del
siglo V, época en que se concebía la existencia de dos grandes poderes que
procedían de Dios: el poder religioso y el poder político.
Al presentarse el
conflicto entre ambos, por la invasión del poder político del emperador hacia
la esfera del poder religioso de la iglesia, el Papa Gelasio I reclamó la
autonomía del ámbito religioso, y
mediante la redacción de un tratado y algunas cartas, expuso la “Teoría de las
dos Espadas”, en alusión a los dos poderes en conflicto, ambos del mismo
origen, pero con diferente campo de acción.
El Papa Gelasio I fijó
así, por vez primera y para casi siete siglos una clara postura laica, que
reclamaba la no injerencia de lo político en los asuntos religiosos.
Posteriormente, cuando el
poder de la iglesia se consolidó y se convirtió a su vez, en el invasor de la
esfera política, el principio del laicismo fue invocado entonces por el poder
político para preservar su autonomía frente al poder religioso.
Se habían invertido los
papeles, pero el principio invocado, seguía siendo el mismo.
Pero no se piense que
sólo en lo concerniente a la relaciones entre los poderes religioso y político
ha operado el principio del laicismo, pues también lo han esgrimido para
defender su autonomía, tanto la filosofía como la ciencia.
Así tenemos que el Monje
Franciscano Guillermo de Occam, en la primera mitad del siglo XIV, cuando el
obispo de París hacía una condena de algunas proposiciones, que en el terreno
de la filosofía había elaborado Santo Tomás, las reivindicó enérgicamente
diciendo: “ Las aserciones principalmente filosóficas que no conciernen a la
Teología, no deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en
ellas cada uno debe ser dueño de decir libremente lo que guste”.
Por su parte Galileo
Galilei, en el siglo XVII con base en el principio del laicismo, defendió la
autonomía de la ciencia, contra los límites y los obstáculos opuestos por la
autoridad eclesiástica.
Tanto Galileo respecto de
la ciencia, como Guillermo de Occam respecto de la filosofía, hicieron con base
en el principio del laicismo, una vigorosa defensa de la autonomía de sus
respectivos campos, frente al poder de la iglesia.
En un sentido amplio, por
laicismo se entiende “ El principio de la autonomía de las actividades humanas;
o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas
propias, que no les sean impuestas desde fuera, con finalidades e intereses
diferentes a los que ellas mismas se dan”.
Siendo universal, el
principio de laicidad puede ser invocado en defensa de cualquier actividad
legítima, o sea cualquier actividad que no obstaculice, destruya o
imposibilite el desarrollo de
ninguna de las otras.
En México, el laicismo se
da como consecuencia de las ideas liberales que dieron origen al proceso
histórico de la Reforma, marcándose como momento clave para su existencia el de
la separación de los poderes eclesiástico y civil; esto es, la separación de la
Iglesia y del Estado.
Pero antes de cualquier
otra referencia, hagamos una breve revisión de los antecedentes de la etapa
histórica de la Reforma.
Consumada la
independencia y promulgada tres años después la Constitución Federal de 1824;
por virtud de ella quedaba reservado al
Congreso Federal el ejercicio del Patronato, que anteriormente había sido el
derecho concedido por el Papa, para que el monarca español ejerciera en América
el poder sobre los asuntos eclesiásticos. Ahora lo ejercería el Congreso
Federal. Así mismo, constitucionalmente se facultaba al Presidente de la
República para celebrar concordatos, esto es acuerdos del Estado Mexicano con
el Papa en asuntos eclesiásticos.
Como puede verse, existía
entonces una total ausencia de laicidad, pues el Estado asumía funciones que en
todo caso corresponderían a la esfera religiosa; y por otra parte, la iglesia
seguía como titular de acciones y funciones puramente civiles, como
consecuencia de que se mantenía intacta la estructura social y económica de la
Colonia; misma que resultaba anacrónica pues era incongruente con el nacimiento
de la República Federal; fundada sobre esa inconveniente estructura de la cual
la iglesia era la más completa encarnación.
La Reforma, proceso
revolucionario de casi 40 años, dirigido más que a combatir a la iglesia, a
cambiar las estructuras anacrónicas existentes, tiene en el Dr. José María Luis
Mora su más importante precursor.
En 1831, el Congreso del
Estado de Zacatecas convocó a un concurso para definir si la autoridad civil
podía expedir leyes sobre asuntos administrativos eclesiásticos, gastos de
culto y contribuciones para sostenerlo; así como determinar si se requería del
consentimiento del clero para ello, y si dichas leyes serían facultad de los
Estados o del Congreso General.
La tesis que para este
concurso presentó el Dr. Mora fue decisiva.
En ella establecía la
diferenciación de la Iglesia y del Estado bajo la premisa de “Al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Mora sostenía que “por
naturaleza, son civiles y temporales los bienes denominados eclesiásticos”. “La
perfección de la iglesia no se afecta si ésta carece de bienes; la iglesia como
poseedora, no es cuerpo místico, sino asociación política y como tal, el mayor
derecho que puede alegar es el de la propiedad”. “ Los gobiernos civiles deben
tener como propósito fundamental mantener el orden social, sin importarles la
protección de una u otra religión. Así como sería absurdo afirmar que la
iglesia no puede existir en una u otra forma de gobierno, lo sería el decir que
no puede haber gobierno sin una determinada religión. A la iglesia le es ajena
la forma de gobierno que adopten las naciones; a la potestad civil le es ajena
la religión que posean sus súbditos”.
Recordemos que estas
avanzadas ideas las expresaba el Dr. José Ma. Luis Mora en el año de 1831; 28
años antes de las Leyes de Reforma. Por eso fue su más grande precursor.
En 1833 durante el
gobierno liberal de Don Valentín Gómez Farías, se aborda en lo general el
problema de las relaciones Estado-Iglesia y se hacen los primeros intentos reformistas.
Ante el escrupuloso
respeto y apego que Gómez Farías tenía por la Constitución de 1824, que era la
que entonces estaba vigente, Don José Ma. Luis Mora expresó en una de sus obras
lo que viene a ser un resumen anticipado de la legislación de Reforma de 1859,
y una clara invocación al principio del laicismo, cuando escribía: “De la
Constitución, se debe hacer también, que desaparezca cuanto hay en ella de
concordatos y patronato. Estas voces suponen al poder civil investido de
funciones eclesiásticas y al eclesiástico de funciones civiles; ya es tiempo de
hacer que desaparezca esta mezcla monstruosa, origen de tantas contiendas.
Reasuma la autoridad lo que le pertenezca: aboliendo el fuero eclesiástico,
negando el derecho de adquirir “ las
manos muertas”, disponiendo de los bienes que actualmente poseen, substrayendo
de su intervención el contrato civil del matrimonio, etc.; y dejen que nombren
curas y obispos a los que les gusten, entendiéndose con Roma como les parezca”.
Poco duró la euforia
reformista de Don Valentín Gómez Farías, pues las clases privilegiadas o
conservadoras: clero, milicia y aristocracia, derrocaron su gobierno, lo
tomaron en sus manos y anularon las reformas realizadas, adueñándose del poder
por un espacio de 20 años, de 1834 a 1854.
Al recuperar el poder los
liberales con el triunfo del “Plan de
Ayutla,” se dan las reformas moderadas de las administraciones de Don Juan
Álvarez y Don Ignacio Comonfort, de 1855 a 1857.
El 5 de febrero de 1857
se promulga la Constitución liberal, que incluía un capítulo con los Derechos
del Hombre y el sistema jurídico para su protección o garantías individuales,
pero que se caracterizaba todavía por ser de una tendencia liberal moderada.
Aún así, en el aspecto
educativo, con esta constitución se daba un gran paso; pues en su artículo 3º
quedaba elevada a rango constitucional
la libertad de enseñanza, con lo que se rompía el monopolio hasta entonces
ejercido por la iglesia católica. Ahora la enseñanza sería libre, y la podían
impartir por lo tanto, no sólo la iglesia como había sido siempre, sino también
el Estado y los particulares.
Debe quedarnos claro que
en la Constitución de 1857, aún no aparecía el principio del laicismo; ni respecto a la educación, ni
respecto al Estado.
Promulgada esta Constitución,
la reacción de los conservadores provocó la “Guerra de tres años”; siendo
entonces cuando en medio de este conflicto Juárez como Presidente Interino
Constitucional, lanza desde Veracruz, el 7 de julio de 1859, el Manifiesto a la
Nación en el que proclama la reforma
completa y radical.
Dato interesante es el
hecho de que de las 174 leyes producto de la etapa de la reforma, 126
corresponden a la administración de Don Benito Juárez.
Para el objeto de este
trabajo, nos interesa de manera especial la “Ley de Nacionalización de los
Bienes del Clero Secular y Regular”, del 12 de julio de 1859, porque contiene
en su artículo 3º la disposición que establece la separación del Estado y de la
Iglesia, misma que es elevada al rango constitucional, junto con las demás
Leyes de Reforma, mediante Ley del 25 de septiembre de 1873, que en su Artículo
1º establecía: “El Estado y la
iglesia son independientes entre sí. El Congreso no puede dictar leyes
estableciendo o prohibiendo religión alguna”.
Aparece hasta este momento
la figura jurídica del Estado Laico, el 25 de septiembre de 1873; 16 años
después de la Constitución de 1857. Nacía
el Estado laico, un Estado sin una religión obligatoria para nadie, sin
una religión oficial; un Estado que respetaría por igual a todas las creencias,
un Estado donde todos los mexicanos tendrían el derecho de profesar la religión
que más les agradara, sin temores de persecución o prohibición alguna.
Creemos que no ha sido
ocioso referirnos al largo proceso para llegar a la concepción laica del Estado
Mexicano, ya que solo así puede entenderse de mejor manera el advenimiento del
principio de laicidad en la educación; que como ya lo dijimos aparece hasta en
1917 contenido en el artículo 3º constitucional; cuya vigencia tiene una duración
de 17 años, hasta que durante el Gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas es sometido
a la primera reforma.
Esta Reforma Cardenista,
publicada el 13 de diciembre de 1934, establecía en el Artículo 3º la Educación
Socialista, y disponía que sería laica toda la Educación Pública; la cual
comprendería los grados de primaria, secundaria y normal; extendiéndose la
exigencia de laicidad también a la de cualquier tipo o grado dirigida a obreros
o campesinos, así como a la impartida por los particulares autorizados por el
Estado para atender tanto la educación primaria y secundaria, como la normal.
Respecto a las
prohibiciones se establecía que no podrían intervenir en forma alguna en
escuelas primarias, secundarias o normales, ni apoyarlas económicamente las
corporaciones religiosas, los ministros de los cultos, las sociedades por
acciones que exclusiva o preferentemente realizaran actividades educativas y
las asociaciones o sociedades ligadas directa o indirectamente con la
propaganda de un credo religioso.
Esta es la reforma más
radical, que en cuanto a la laicidad educativa ha estado vigente en México. Su
vigencia fue de 12 años.
La siguiente reforma al
artículo 3º se da el 30 de diciembre de 1946, realizada durante el gobierno del
Gral. Manuel Ávila Camacho; misma que suprimió la Educación Socialista y redujo
la intensidad del aspecto laico; pues establecía la laicidad sólo en la
Educación Pública, enfatizando la libertad de creencias garantizada por el
Artículo 24 constitucional, en atención a la cual el criterio que orientaría a
la educación se mantendría por completo ajeno a cualquier doctrina religiosa.
En cuanto a las
prohibiciones, establecía que las corporaciones religiosas, los ministros de
los cultos, las sociedades por acciones que, exclusiva o predominantemente
realizaran actividades educativas y las asociaciones o sociedades ligadas con
la propaganda de cualquier credo religioso, no intervendrían en forma alguna en
planteles en que se impartiera educación primaria, secundaria y normal, o la
destinada a obreros y campesinos.
Sin exigir la laicidad en
la educación impartida por los particulares, cuando menos todavía prohibía la
intervención en las escuelas, incluyendo las privadas, de corporaciones y
sociedades de carácter religioso.
Esta reforma permanece
vigente por 46 años, hasta que el 28 de enero de 1992 y el 5 de marzo de 1993,
el gobierno del Lic. Carlos Salinas de Gortari realiza las últimas reformas.
La reforma salinista trae
como consecuencia que SOLO LA EDUCACIÓN QUE IMPARTA EL ESTADO SERÁ
LAICA, y por lo tanto se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina
religiosa. Comprendiendo dicha educación: la inicial, la preescolar, la
primaria, la secundaria, el bachillerato, la superior, la especial y la de
adultos.
Los particulares podrán
impartir también todos estos niveles y tipos de educación, pero con la salvedad
de que ellos NO ESTÁN OBLIGADOS A CUMPLIR CON EL PRINCIPIO DE LAICIDAD,
quedando facultados legalmente para incluir la doctrina religiosa y la
propaganda del credo que gusten, en sus enseñanzas,
Al haber sido derogadas
las prohibiciones que contenía el Artículo 3º anterior, implícitamente quedan
facultados para intervenir en cualquier forma, en los planteles de cualquier tipo y
modalidad de educación particular las corporaciones religiosas, los
ministros de los cultos, las sociedades por acciones que, exclusiva o
predominantemente realicen actividades educativas y las asociaciones ligadas
con la propaganda de cualquier credo religioso.
Este Artículo 3º continúa
vigente, es el que actualmente rige nuestra educación, y es también el que en
cuanto a contenido laico, registra la mayor pobreza en la historia del laicismo
educativo en México, ya que derribó todas las barreras existentes, destinadas a
mantener a la educación por completo ajena a cualquier doctrina religiosa.
Hasta aquí hemos
realizado una breve revisión del proceso histórico por medio del cual el
laicismo educativo quedó establecido en México, así como un rápido análisis de
las reformas realizadas al artículo 3º constitucional y que afectan
directamente el grado de intensidad del laicismo manifiesto en su contenido.
Ahora nos referiremos a
algunos aspectos relacionados con la situación actual de nuestro laicismo
educativo, mencionando en primer lugar algunas ideas que en torno a este tema
se han expresado.
En un concepto menos
amplio que el expuesto al inicio de este trabajo, se ha dicho que “La laicidad
es un régimen social de convivencia, cuyas instituciones políticas están
legitimadas principalmente por la soberanía popular, y no por elementos
religiosos “.
Indudablemente que con
esta afirmación se refuerza la idea acerca de lo que es el Estado laico, aunque
actualmente en nuestro país se pasa por un momento de confusión, cuando los
titulares de la función pública sin recato alguno hacen ostentación de sus
preferencias religiosas, sin preocuparse de que con ello atentan en contra de
las consideraciones de igualdad en el plano religioso, de las personas que
profesan confesiones diferentes a las suyas.
En cambio, la educación
laica respeta todas y cada una de las religiones y sectas religiosas existentes
en México; pues en la escuela pública no se investiga para nada cuál es la
religión que profesan los alumnos, ni se hace referencia a creencia alguna con
intención de inducir rechazo, reprobación o preferencia en particular.
La educación se mantiene
por completo ajena a cualquier doctrina religiosa, de tal manera que se
garantiza con ello la plena libertad de creencias que establece el artículo 24º
constitucional; y precisamente por esa facultad que tenemos los mexicanos de
elegir libremente la creencia religiosa que más nos atraiga o de no elegir ninguna, resulta muy conveniente que en un
ámbito de convivencia diaria de miles y miles de niños y jóvenes, como lo es la
escuela, no se toque para nada algo tan sensible y actualmente tan diverso como
lo son las creencias religiosas,
Es ésta una forma de
propiciar la convivencia armónica tanto
de los estudiantes como de sus familias, puesto que lo que se presente en la
escuela es algo que repercute de manera importante en el seno familiar, sobre
todo si llegara a tratarse de algo tan privado y exclusivo como lo son las
cuestiones religiosas.
El laicismo educativo
propicia esa sana relación entre las generaciones en formación, que libremente
y sin preocuparse por algo que no tiene posibilidades ni necesidad de ser
sacado a análisis, discusión o crítica en las aulas, cada quien en lo más
profundo de su fuero interno lo atesora y lo disfruta, sabiendo que tiene otros espacios dentro de la vida social,
donde con toda propiedad puede realizar las manifestaciones externas de sus
convicciones, sin ofender a nadie y sin exponerse a críticas o señalamientos.
En la escuela el estudio y la convivencia profana y en los templos el culto y
la veneración a la divinidad conforme a los dictados propios de su confesión
religiosa.
Esta es en suma, la
caracterización del laicismo educativo que se vive en las escuelas públicas de
México; pero no todas las aguas son mansas en este cauce, pues existen las
aguas broncas que por inconciencia o por mala fé, pretenden agitar torrentes
que históricamente ya tomaron su nivel.
Así, escuchamos voces que
se pronuncian porque la educación religiosa que se imparte en algunas
instituciones educativas privadas, sea transplantada también a las escuelas
públicas, argumentando que sólo de esa forma se pueden afianzar en las nuevas
generaciones, valores morales que ayuden a mejorar la convivencia y la conducta
de los seres humanos, para evitar tantos problemas sociales como los que se están
padeciendo actualmente.
Tal parece que ellos
olvidan o ignoran todo lo que hemos comentado en este trabajo y suponen, que
como en los siglos del XVI al XVIII y gran parte del XIX, en México sólo existe
la religión católica; de otra manera cómo explicaríamos su propuesta de enseñar
religión en las escuelas públicas, cuando sabemos que precisamente por ser
públicas, acuden estudiantes de diferentes religiones; ¿A cuál se le daría
preferencia en perjuicio y negación de las demás, sin ofender y violar uno de
los derechos más importantes del ser humano?. Definitivamente eso no es posible
sin abrir heridas y provocar resentimientos en un ambiente como lo es la
escuela, en el que a pesar de sus carencias y limitaciones, se ha gozado de una
envidiable y perfecta armonía en lo que a este aspecto se refiere.
¿Para qué derrumbar lo que se tiene, queriendo
edificar en su lugar algo, que fue propio de una época ya superada y que por
las circunstancias actuales ya no es congruente ni tiene cabida?
En apoyo de la forma en
que nuestro laicismo educativo viene desarrollándose, cerramos el presente
trabajo, citando el artículo 2º de la “DECLARACIÓN SOBRE LA ELIMINACIÓN DE
TODAS LAS FORMAS DE INTOLERANCIA Y DISCRIMINACIÓN FUNDADAS EN LA RELIGIÓN O LAS
CONVICCIONES” (Nueva York , 25 de noviembre de 1955): Art. 2º .1.Nadie será
objeto de discriminación por motivos de religión, o convicciones por parte de
ningún Estado, institución, grupo de personas o particulares. 2. A los efectos
de la presente Declaración, se entiende por “intolerancia y discriminación
basadas en la religión o las
convicciones” toda distinción, exclusión, restricción o preferencia fundada en
la religión o en las convicciones y cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo
del reconocimiento, el goce o el ejercicio en pie de igualdad de los derechos
humanos y las libertades fundamentales.
José Balboa Maldonado.
Democracia
y laicismo
Democracia y laicismo son binomio indivisible. La
democracia o es Laica o no es democracia.
La historia de la nación mexicana consigna la lucha
permanente de nuestro pueblo por alcanzar la República Laica y democrática
La separación del Estado y la Iglesia en nuestro
país es un hecho histórico que se transformó en un logro irreversible de la
Constitución
Manuel
Jiménez Guzmán
La
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es la síntesis de nuestra
historia y el proyecto de nuestra nación en el siglo XXI.
La Carta
Magna es nuestra Ley Fundamental, nuestra estructura jurídico-social de
convivencia ciudadana y nuestro sustento institucional del Estado mexicano,
conformada por un conjunto de normas y principios fundamentales que dan base a
nuestra formación como nación, a las relaciones entre los poderes públicos y la
vida de los individuos frente al Estado de derecho, consagrando las garantías
individuales y los derechos sociales de nuestro pueblo.
ANTECEDENTES
En la
historia de México se registran las luchas y el pensamiento de nuestro pueblo
para avanzar en la conformación del Estado de derecho que garantice las
libertades, los derechos humanos y la justicia social, que conforman el
sustento de una República Laica, democrática, soberana, popular y
representativa.
Desde mi
adolescencia, en la escuela pública donde fui educado, me incorporé a las filas
de la lucha social popular que ha enarbolado la defensa y construcción del Estado
Laico mexicano.
Mi
experiencia personal me llevó a militar en las filas de la masonería mexicana,
del Partido Revolucionario Institucional, y de las organizaciones
estudiantiles, juveniles y democráticas de izquierda, cuyos programas
ideológicos, filosóficos y políticos confirmaron mi convicción republicana y
democrática, como ciudadano y libre pensador.
He
defendido al Estado Laico mexicano, convencido de que la libertad, la equidad
social, la democracia, la soberanía y la independencia constituyen la esencia
del laicismo en el mundo y el México de nuestra historia y de nuestro presente.
Viendo hacia el futuro y hacia
adelante, he luchado por la República Laica
En toda
mi vida política he dejado testimonios. Como Presidente de la sociedad de
alumnos de la secundaria 17 “Constitución de 1857”, como dirigente juvenil del
PRI en el Distrito Federal, como diputado federal en tres ocasiones, como
representante a la Asamblea Legislativa del DF en un par de veces, como
militante y cuadro dirigente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI y de la
Confederación Nacional de Organizaciones Populares, como Presidente del PRI en
la ciudad de México, como presidente de la I Asamblea Legislativa de la capital
de la República, como servidor público en el área educativa del gobierno de
México, como Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México, como presidente de
la confederación de Grandes Logias Regulares de la República mexicana, como
presidente de la zona I de la Confederación Masónica Interamericana, como Grado
33 activo del Supremo Consejo de México de la Masonería Filosófica, como
catedrático de la UNAM y en mi vida cotidiana.
He
defendido al Estado Laico en el debate parlamentario e ideológico, en la lucha
social y política, en el trabajo académico y masónico, en el ejercicio del
gobierno, como militante y como ciudadano
Sólo
baste recordar el debate parlamentario en la Comisión Permanente del H.
Congreso de la Unión, cuando reiteramos nuestra posición en defensa de la
República Laica y de sus principios y los testimonios escritos durante los
últimos 30 años en documentos públicos, en donde me he definido como un hombre
de convicciones y principios, aliado a las corrientes históricas del laicismo
universal y de nuestro país.
Nuestros
enemigos se han organizado en fuerzas históricas que hoy nuevamente desafían al
Estado laico y que conforman las nuevas corrientes retrógradas y oscurantistas,
conservadoras, revanchistas y fundamentalistas.
Por ello
afirmo, en este libro, que no bastan los postulados, que son letras muertas,
cuando todos los días se violenta el Estado de derecho mexicano.
Los
liberales y demócratas no somos antirreligiosos, por el contrario, respetamos y
defendemos las creencias religiosas y la fe de la gente, afirmando que el
tercer milenio garantiza la diversidad y la pluralidad.
Estamos
en contra de pensamientos hegemónicos y únicos, de religiones de Estado, de
convicciones excluyentes porque van en contra del ascenso de la humanidad en el
tercer milenio.
El
pueblo de México luchó por un Estado Laico, que significa el respeto a las
creencias individuales y la conformación de un Estado de derecho que debe
garantizar todas las libertades, los derechos humanos, la tolerancia, el
respeto y el advenimiento de una sociedad justa y equitativa.
El
laicismo está en lo cotidiano, en la vida diaria, forma parte de nuestro
entorno.
Vale la
pena recordar que el laicismo nace en el mundo contemporáneo. En este último
siglo y medio, nuestro país y el mundo accedieron a la República Laica.
Un
ejemplo ilustra lo anterior: en México todos los niños y las niñas, los
adolescentes y los jóvenes, tienen acceso a la educación por medio de la
ciencia y el conocimiento y no de los prejuicios y los dogmas.
En
palabras simples, esto es laicismo.
HISTORIA CONSTITUCIONAL
Democracia
y laicismo son binomio indivisible. La democracia o es Laica o no es
democracia.
La
historia de la nación mexicana consigna la lucha permanente de nuestro pueblo
por alcanzar la República Laica y democrática.
En la
historia constitucional hemos logrado incluir elementos fundamentales del
Estado Laico, pero aún falta consagrar el concepto laico a la República. Y ahí
nuestra propuesta.
Nuestra
actual Ley Fundamental establece valores Laicos irrenunciables y de indudable
vigencia y validez.
La
educación laica, ajena a cualquier doctrina religiosa y basada en los
resultados del progreso científico, ajena a servidumbres y fanatismos; la
libertad de creencias y pensamientos que nos otorga el respeto a nuestro
derecho de creer o no creer; la soberanía republicana que radica no en una
concepción de lo divino, sino en el pueblo; la separación del Estado y la
Iglesia; la no intervención de las iglesias en asuntos políticos y del Estado;
los derechos humanos y el régimen liberal, democrático y de libertades.
Al radicar la soberanía en el
pueblo, se consolida el Estado Laico
Lo
anterior es resultado de nuestra historia constitucional que costó vidas
humanas, sacrificios, confrontaciones, guerras intestinas e intervenciones
extranjeras, incluyendo la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.
Fue el
macizo carácter y la recia voluntad del pueblo de México los que hicieron
posible el surgimiento de la República Laica y democrática de nuestros días,
siendo el sustento del Estado de derecho moderno surgido de la Revolución
Popular de Independencia, de la Reforma y de la Revolución Mexicana.
En
nuestra historia constitucional, se inscriben los debates parlamentarios que
dieron origen a lo que los Constitucionalistas denominan “Los principios
fundamentales”, entre los cuales el común denominador de las diversas
posiciones ideológicas de entonces fue dejar construido un sistema de
libertades, que garantizara tolerancia y respeto a todas las ideas, creencias y
cultos.
BREVE RECUENTO HISTÓRICO
Las
reflexiones anteriores serían suficientes para reconocer que de manera natural
el concepto Laico de la República no es extraño, por lo que llegó el momento de
incorporarlo en el texto Constitucional de nuestro tiempo.
Es
decir, hacerlo explícito garantizará a la República su vigencia y la
salvaguarda de los derechos humanos y las libertades.
Vale la
pena recordar algunos elementos de nuestro pasado:
La
historia anterior a la Independencia de 1810, nos demuestra que en el imperio
español no se ejerció el voto; el gobierno era del rey, por el rey y para el
rey. El rey nombraba a sus virreyes, los cuales gobernaban en su nombre; esta
fórmula autocrática se aplico férrea e inapelablemente a todos los demás
miembros del gobierno, ya fueran designados por el rey o por algunos de sus
subalternos. En suma, toda autoridad emanaba del rey, todo acto de gobierno se
ejerció en su nombre, y todo impuesto colectado se destinaba a su persona.
Puede afirmarse que en la Nueva España la democracia no se practicaba en
ninguna forma.
La
jerarquía católica tenía a su cargo el registro de los nacimientos, los
matrimonios y las defunciones como sacramentos y no como actos administrativos
de un Estado civil. En México no existían actas de nacimiento; todo nacimiento
se comprobaba con una “fe de bautismo”; si el individuo no había sido
bautizado, carecía de identidad legal; para la sociedad era un marginado sin
estatus alguno; era como si la persona no hubiera nacido, aunque hubiera
existido. Lo mismo puede decirse de las actas de matrimonio y defunción. Si una
pareja no cumplía con el sacramento del matrimonio, todos sus hijos eran
bastardos. Si los familiares del difunto no acudían al curato a registrar su
muerte y a pagar por el entierro, no podía ser sepultado “en sagrado”. De
hecho, tal fue la causa de la polémica sostenida entre el liberal Melchor
Ocampo y un obispo de Michoacán poco antes de 1857.
Por ser
demasiado largo y complejo el proceso de separación entre Estado e Iglesia, así
como extensa la descripción del desarrollo de los instrumentos constitucionales
que dieron origen a la separación de poderes que nos ocupa, nos restringiremos
sólo a señalar de manera sucinta la ruta crítica que sigue esta trascendente
separación.
La ruta
comienza en la Época Colonial, pasa luego por el difícil periodo de la Independencia,
sufre transformaciones con la Constitución de 1824, las primeras Leyes de
Reforma promulgadas por Gómez Farías, la Ley Juárez, la Ley Lerdo, la
Constitución de 1857, las Leyes de Reforma promulgadas por Juárez y,
finalmente, concluye en la Constitución de 1917.
Vale
recordar que José María Morelos, en lo que se elaboraban los proyectos de una
Constitución, presentó un documento que tituló Los Sentimientos de la Nación,
expuestos el 14 de septiembre de 1813, y en sus 23 puntos se encuentran las
ideas fundamentales del origen de nuestra Independencia. Es el compendio
insurgente de las circunstancias de ese momento que requerían de una profunda
transformación política, económica, social y cultural.
El punto
a destacar es el que señala: “Que América es libre e independiente de España y
de toda otra Nación, gobierno o monarquía, y que así se sancione, dando al
mundo las razones”.
En
Chilpancingo, el 14 de septiembre de 1813, es proclamada la idea de que “la
soberanía dimana inmediatamente del pueblo”, estableciéndose en este documento
referido.
Éste es el origen del Estado
Laico de nuestros días
Así,
durante varios meses Morelos, reunido con el Congreso, preparó la Constitución
que fue sancionada en Apatzingán el 22 de Octubre de 1814 denominada “Decreto
Constitucional para la Libertad de la América Mexicana”.
La
Constitución de 1824 inaugura a la República federal con sus 19 estados y
cuatro territorios y fue sancionada por el Congreso Constituyente reiterando
que la Nación mexicana es para siempre libre e independiente del gobierno
español y de cualquier otra potencia.
LA REFORMA, UN PARTEAGUAS
En esta
etapa nacen las Leyes de Reforma, en donde se convierte en Ley que el Estado
ejerce el derecho de patronato eclesiástico y se realiza la abolición de los
fueros militares y eclesiásticos.
La época
de la Reforma tiene su inicio a partir de la Revolución de Ayutla de 1854.
Se puede
consignar que la Constitución de 1857 surge como resultado de distintos
documentos, debates, Decretos y Leyes.
En un
breve resumen podemos señalar los siguientes antecedentes: del resultado del
Congreso Constituyente, del decreto de fecha 26 de abril de 1856 que suprime la
coacción civil de los votos religiosos, de la desamortización de los bienes
eclesiásticos del 5 de junio de 1856, del decreto del mismo año que suprime la
Compañía de Jesús en nuestro país, de los debates surgidos en la brillante
generación de liberales mexicanos, así como también de la Ley de las iglesias
sobre derechos y obvenciones parroquiales del 11 de abril de 1857.
Es
importante recordar el Artículo 27 de la Constitución de 1857 referente a la
desamortización de los bienes eclesiásticos, que señalaba: “La propiedad de las
personas no puede ser ocupada sin su consentimiento si no por causa de utilidad
pública y previa indemnización. La Ley determinará la autoridad que deba hacer
la expropiación y los requisitos con que ésta haya de verificarse. Ninguna
corporación civil o eclesiástica, cualquiera que sea su carácter, denominación
y objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad o administrar por
sí bienes raíces, con la única excepción de los edificios destinados inmediata
o directamente al servicio u objeto de la Institución”.
Por otro
lado, no se puede olvidar el pensamiento constitucionalista de la Constitución
de 1857, que mantiene principios fundamentales como que la igualdad será de hoy
en adelante la gran Ley de la República, que el domicilio será sagrado, que la
propiedad es inviolable.
Con esta
Constitución nace la República liberal, democrática y federal, estableciendo la
igualdad de todos los mexicanos ante la Ley, prohíbe la esclavitud, decreta la
libre enseñanza y la libertad de pensamiento, de prensa y de trabajo.
Las
Leyes de Reforma promulgadas por Benito Juárez durante su gobierno fueron incorporadas
hasta 1872 a la Constitución de 1857; estas Leyes son: Ley de Nacionalización
de los Bienes Eclesiásticos; Ley de Matrimonio Civil; Ley Orgánica del Registro
Civil; Ley sobre el Estado Civil de las personas, decreto que declara que cesa
toda intervención del clero en cementerios y camposantos, el decreto que
declara qué días han de tenerse como festivos y prohíbe la asistencia oficial a
las ceremonias de la iglesia; la Ley sobre libertad de cultos, el decreto por
el que quedan secularizados los hospitales y los establecimientos de
beneficencia y, decreto por el que se extinguen en toda la República las
comunidades religiosas.
Este
macizo histórico, en nuestra historia constitucional es la base fundamental de
un parteaguas en la construcción del sistema político, social, educativo y
económico del México del tercer milenio.
Benito
Juárez es indudablemente un mexicano universal. Su obra, su pensamiento, su
ejemplo es permanente.
Juárez
es nuestra fuerza y símbolo, es aquí y ahora que cobra vigencia.
Traer a
Juárez al siglo XXI es la consigna.
MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DE 1910
Venustiano
Carranza y los revolucionarios políticos e ideológicos del siglo pasado avanzan
hacia el gran acuerdo nacional que permite dar forma y vigencia al nuevo marco
jurídico e institucional de la revolución popular y social de 1910, la
Revolución Mexicana.
En este
transcurrir histórico, en 1916 Venustiano Carranza logró convocar a elecciones
para los nuevos diputados que integrarían un Congreso Constituyente y entregó
el memorable proyecto para las reformas de la Constitución de 1857.
Por eso,
nuestra Constitución actual, que se ha venido adecuando a nuevas circunstancias
no sólo es nuestra raíz y síntesis de la lucha y el pensamiento mexicano, si no
que constituye nuestro proyecto de Nación futura.
El 5 de
febrero de 1917 fue jurada nuestra Carta Magna por el Congreso Constituyente,
resolviendo problemas de enorme complejidad como los conflictos entre el Estado
y la Iglesia; el acaparamiento de tierras y de riqueza; la enajenación de los
recursos naturales del país y establece una forma de vida democrática
sustentada en las libertades, la tolerancia y el respeto a los derechos
humanos, todo ello derivado del pensamiento liberal, democrático y de avanzada
cuya vigencia es indudable.
La
rebelión cristera, que se levanta contra la Constitución y la República, se
inició en julio de 1926 extendiéndose, entre mediados de 1927 y fines de 1929,
por casi toda la República Mexicana. No sólo se efectuó en los estados de
Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Zacatecas y Querétaro, sino que esta zona fue
la de mayor efervescencia y actividad. Se han comprobado más levantamientos en
el norte de la República, hasta Bacúm en Sonora, Concepción del Oro en
Zacatecas y Parras y Saltillo en Coahuila, además por el sur hasta Tapachula,
en Chiapas.
La
guerra cristera tenía como fin la destrucción del Estado Laico, así como de la
Constitución de 1917 al no aceptarla la jerarquía católica. Logrando ese fin,
cesaría desde luego el movimiento que encabezaron.
La
separación del Estado y la Iglesia en nuestro país, es entonces, un hecho
histórico, que se transformó en un logro irreversible de la Constitución que,
como hecho político, fue indispensable para el avance republicano y democrático
de México. Esa separación del Estado y la Iglesia, es totalmente vigente porque
resulta vital para conservar la tranquilidad social de la nación. Por eso, como
resultado de una dura experiencia histórica la Constitución de 1857 la reguló,
y posteriormente la hace vigente en la de 1917.
REFORMAS CONSTITUCIONALES Y LEY
DE ASOCIACIONES RELIGIOSAS Y CULTO PÚBLICO
Hace mas
de una década en nuestro país se aprobaron y entraron en vigor las reformas
constitucionales del Artículo 130.
El día
15 de julio de 1992 fue publicado en el Diario Oficial de la Federación la Ley
de Asociaciones Religiosas y Culto Público.
Derivado
de lo anterior se ha llevado a cabo un intenso debate hasta nuestros días.
Las
iglesias lograron ser reconocidas con personalidad jurídica denominadas
Asociaciones Religiosas y el contenido del Artículo 130 constitucional ratificó
en su primer renglón: “El principio histórico de la separación del Estado y la
Iglesia”.
Además,
se preservan algunas definiciones fundamentales, entre ellas, que sólo el
Congreso de la Unión puede legislar en esta materia; que los ministros de
cultos no podrán desempeñar cargos públicos; que tendrán derecho a votar, pero
no a ser votados, salvo los requisitos que la Ley establezca; que no podrán
asociarse con fines políticos ni realizar proselitismo a favor o en contra de
algún candidato, partido o asociación política; que no podrán oponerse a las
leyes del país y a sus instituciones ni agraviar los símbolos patrios; que
ninguna agrupación política puede denominarse con una indicación religiosa; que
no podrán celebrarse en los templos reuniones de carácter político y que los
actos del Estado civil son de la exclusiva competencia de las autoridades, en
los términos que establezca la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos.
La Ley de Asociaciones Religiosas
y Culto Público reitera la separación Estado-Iglesia y la libertad de creencias
religiosas
Entre
otras cosas, se inscriben otros fundamentos, como que la investidura y creencia
religiosa no exime en ningún caso el cumplimiento de las leyes del país; que
cada quien puede adoptar la creencia religiosa que más le convence; que nadie
será discriminado u hostilizado por su manera de pensar; que nadie está
obligado a prestar servicios o contribuir con dinero a dichas asociaciones.
Se
confirma el Estado mexicano Laico, el cual no podrá establecer ningún tipo de
preferencia o privilegio a favor de religión alguna.
Además
las relaciones de trabajo entre las asociaciones religiosas y sus trabajadores
se sujetarán a lo dispuesto por la legislación laboral aplicable, los ministros
de culto no podrán asociarse con fines políticos y se les impide poseer y
administrar, por sí o por interpósita persona, concesiones para la explotación
de estaciones de radio, televisión o cualquier tipo de telecomunicaciones, ni
adquirir, poseer o administrar cualquiera de los medios de comunicación
masivos.
La Ley
infracciona a quienes ejerzan violencia física o presión moral, agresiones o
amenazas, o realizar actos que atenten contra la integridad, salvaguarda y
preservación de los bienes que componen el patrimonio cultural del país.
Hoy
reiteramos lo que el 22 de enero de 1992 en la Comisión Permanente de la LV
Legislatura del H. Congreso de los Estados Unidos de México, frente a un debate
con representantes de la derecha conservadora mexicana, como diputado federal
entonces, afirmé: “Está por debatirse la Ley Reglamentaria de la materia. No es
jacobinismo trasnochado, es simple apego a la norma, a la Ley, a la
Constitución. No estamos, y deseamos aclararlo, de ninguna manera confundiendo
el ámbito respetable y respetuoso de las ideas y creencias de cada mexicano. En
lo que no podemos estar de acuerdo, es en quienes utilizan o explotan la buena
fe y la doctrina religiosa en nuestro país. El Estado Laico no tiene camino de
regreso”.
LOS ESTADOS MODERNOS
CONTEMPORÁNEOS SON LAICOS
El
laicismo del tercer milenio es la garantía de la diversidad, porque siendo
diferentes, todos cabemos.
Es
también la salvaguarda de los derechos humanos y las libertades, el respeto a
las minorías, la equidad de género y la paz.
Por eso
el laicismo existe y forma parte de nuestra vida diaria, debido al ascenso del
hombre y el desarrollo de los pueblos.
En el
mundo actual hay conceptos que definen a los Estados modernos, como la libertad
de conciencia y de cultos, el respeto y la tolerancia, la pluralidad política y
religiosa, la separación del Estado y la Iglesia y las garantías individuales y
sociales.
El
laicismo aparece en la última etapa de la historia de la humanidad, cayendo por
su propio peso las descalificaciones de las corrientes fundamentalistas de
derecha, absolutistas y totalitarias, que por intereses sectarios sostienen que
las tesis laicas son obsoletas, si bien por el contrario el concepto Laico nace
al ritmo que las sociedades se desarrollan para garantizar la soberanía
popular, las libertades de pensamiento, de conciencia, de expresión de culto,
de elección, de prensa, de trabajo y los derechos humanos.
Por eso
las religiones de Estado o Estados religiosos han quedado en el pasado, porque
no se puede utilizar, como en los estados teocráticos, políticamente lo
religioso o religiosamente lo político, sino mantener el respeto a la
pluralidad, a la diversidad y al disenso.
El
Estado moderno surge, precisamente, del tránsito de la concepción del origen
divino, del poder soberano, hacia el poder civil como expresión de la soberanía
que radica en el pueblo.
El
Estado Laico contemporáneo es la respuesta democrática ante la tiranía, la
intolerancia, la discriminación, la dictadura y la exclusión.
Baste
observar en otras partes del mundo y en nuestro propio país las terribles
confrontaciones y guerras santas que producen crímenes y sangre, y que impiden
la convivencia pacífica y el avance hacia el desarrollo integral.
En el
Estado Laico nadie puede ser perseguido por sus creencias religiosas, orígenes
étnicos o por sus diferencias sociales, culturales y sexuales.
La
libertad no se alcanza de una sola vez y para siempre.
Hay que
perseverar en las conquistas libertarias todos los días porque al perderse alguna
de ellas, todos perderíamos, incluyendo los grupos hegemónicos.
En los
Estados modernos, la nueva sociedad es cada vez más secularizada, madura,
plural, crítica y diversa, por lo que el pensamiento del presidente Benito
Juárez y su generación cobra vigencia por la enorme visión de futuro al
construir la República Laica mexicana.
Una
República Laica tiene la voluntad de construir una sociedad justa, progresista
y fraternal, dotada de instituciones públicas imparciales, garantes de la
dignidad de la persona y de los derechos humanos, asegurando a cada uno la
libertad y la igualdad de todos ante la Ley.
CLAVES DEMOCRÁTICAS DEL TERCER
MILENIO
La
Constitución de Francia señala: “Francia es una República indivisible, Laica,
democrática y social que garantiza la igualdad ante la Ley de todos los
ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión y respeta todas las
creencias”.
El 10 de
diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó
la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la que su Artículo primero
señala: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos,
y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros”.
Estas
propuestas Laicas ya se encontraban desde la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789 que sostenía: “Nadie debe ser molestado por sus
opiniones religiosas ni en el ejercicio de su religión”, y además: “Nadie debe
ser molestado por sus opiniones, incluso religiosas”.
He ahí
parte del origen de las “Claves Democráticas Laicas” del Estado contemporáneo y
su indudable validez.
El
Estado Laico moderno es la antítesis y respuesta de la sociedad moderna al
Estado confesional.
De ahí
que el Estado Laico nace cuando la soberanía de una República es popular y no
de origen divino.
En
México se consagra de esta manera en el Artículo 130 constitucional, “El
principio histórico de la separación del Estado y las iglesias”. Queda
pendiente la reglamentación de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto
Público, que debe afirmar y salvaguardar lo que esta Ley señala: “El Estado
mexicano es Laico. Él mismo ejercerá su autoridad sobre toda manifestación
religiosa, individual o colectiva, sólo en lo relativo a la observancia de las
Leyes, conservación del orden y la moral públicos y la tutela de derecho de
terceros”.
Por eso
nuestra preocupación frente a aquellos intentos que hoy pretenden desmantelar
al Estado Laico.
Habría
que recordarles lo que la propia Ley expresa en el sentido de que “El Estado no
podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio a favor de religión
alguna, ni tampoco a favor o en contra de ninguna Iglesia ni agrupación
religiosa”.
La
separación del Estado y la Iglesia se da hasta mediados del siglo XIX, después
de guerras santas, de los crímenes de la Inquisición y de la negativa de la
Iglesia para reconocer a los estados independientes, laicos y soberanos.
El
Estado Laico tiene el compromiso ineludible de asegurar, en la democracia, el
ejercicio de todas nuestras libertades y por lo tanto debe enfrentar los
principales retos de nuestro tiempo.
Hay
quienes sostienen la tesis de regresar al Estado confesional, sin darse cuenta
que la evolución humana no tiene caminos hacia el pasado.
Frente a
ellos, respondemos que los Estados Laicos salvaguardan el respeto a los
Derechos Humanos y a la diversidad, la equidad y el pluralismo, las garantías
individuales y sociales, los derechos ciudadanos y civiles, la inclusión y el
debate libre y democrático.
RETOS Y DESAFÍOS DEL ESTADO LAICO
Diversos
estudiosos y analistas nos alertan de los nuevos retos y riesgos en contra del
Estado Laico.
A casi
siglo y medio de las Leyes de Reforma, el Estado Laico, el respeto a las
diferencias de pensamiento y los derechos humanos vuelven a encontrarse en
peligro.
Hay
muchos ejemplos, como las conductas y políticas públicas para privilegiar a una
sola religión por encima de otros credos; las actitudes de funcionarios
gubernamentales y políticos que falsamente piensan que violando el Estado Laico
encuentran la “legitimidad”; los intentos de incorporar las enseñanzas
religiosas a la educación pública o de entregar la propiedad de los medios de
comunicación a las iglesias.
Estos
sectores retardatarios y nostálgicos de los estados confesionales y totalitarios,
pretenden retrotraer el reloj de la historia, queriendo establecer una religión
única y oficial, atentando contra la libertad religiosa y el respeto a la
diversidad de credos.
Aquí y
ahora se nos recuerda que atentar contra el Estado laico representaría
renunciar a la paz social y a las conquistas libertarias.
Estas
corrientes de derecha denostan, con lo que han llamado actitudes jacobinas, a
quienes defendemos la preservación del Laicismo y la salvaguarda de todas las
creencias religiosas y políticas.
Debemos
preservar la igualdad de todos frente al Derecho Universal, es decir, el Estado
Laico por encima de intereses mezquinos y privilegios sectarios.
Frente a
las nuevas asechanzas no basta un mero ejercicio académico e intelectual, sino
la organización, la lucha y la movilización social y popular, por el camino del
debate de las ideas, del fortalecimiento de nuestras leyes e instituciones y de
la controversia pacífica.
El
laicismo ha estado presente en el desarrollo de nuestra vida republicana.
La
separación del Estado y la Iglesia nos dio la oportunidad de encontrar
respuestas para garantizar el respeto y la convivencia entre la vida pública y
la vida privada e impulsar la construcción del Estado de derecho republicano y
democrático.
Ante los
nuevos desafíos, es entonces indispensable reforzar nuestro marco jurídico
constitucional, actualizando normas y principios para una renovada afirmación
por la República Laica.
Por
ello, al incorporar el concepto Laico al Estado mexicano en la Constitución, habremos
de completar un círculo virtuoso a favor de las garantías y libertades
individuales y colectivas de nuestro país.
La
Iglesia católica y los grupos conservadores jamás han aceptado la derrota
histórica que les llevó a perder el poder político y su enorme influencia en la
sociedad mexicana, oponiéndose al Estado Laico mexicano.
Académicos,
estudiosos, analistas, legisladores de todos los partidos políticos, dirigentes
y un sinnúmero de voces ciudadanas han venido señalando durante los últimos
tiempos los riesgos por los que atraviesa el Estado Laico.
De ahí
la importancia de que este incorporado el concepto de República Laica a la
Constitución, de expedir el reglamento de la Ley de asociaciones religiosas y
culto público de manera consecuente y congruente con el contenido del Artículo
130 constitucional y de la Ley señalada, avanzando en la afirmación laica del
Estado y no en su contra; de redefinir el papel del gobierno en conductas y
políticas públicas y sociales de respeto a la Constitución; de confirmar la
educación pública, laica y gratuita y el principio establecido en la actual
legislación que impide que las iglesias sean poseedoras de medios de
comunicación social, radio y televisión; de preservar la libertad de cultos y
de creencias; de ratificar la prohibición a los servidores públicos para
asistir a los actos religiosos con representación oficial conservando una
conducta imparcial y republicana, de fortalecer los principios constitucionales
de soberana y democracia, y de avanzar por la vía jurídica e institucional a favor
de los derechos y las libertades individuales y colectivas.
La
República Laica a plenitud es hoy y siempre, nuestra lucha.
Manuel
Jiménez Guzmán
Preservación del Estado Laico
El hecho de que la Organización de las Naciones
Unidas haya tomado la decisión de marcar una fecha en el calendario mundial
como Día del Estado Laico, habla de la importancia que tiene la preservación,
la defensa y la promoción de este régimen social. Yo diría, incluso, que tan
importante es su existencia que es una forma de convivencia— sociedad e
instituciones— que debería ser globalizada. En lugar de globalizar el hambre y
la pobreza, en vez de globalizar la enfermedad y la violencia, en todas sus
formas, debería ser globalizado el Estado laico. ¿Por qué el Estado laico?
Porque las características o propiedades que lo conforman lo hacen garante de
dos grandes valores: de la democracia, pero, sobre todo, de la tolerancia. Las
numerosas guerras religiosas, las raciales e incluso las comerciales o
económicas tienen como origen fundamental y profundo la intolerancia. Si a los
individuos se les inculcara, antes que la religión, el respeto a la diversidad,
la comprensión hacia lo que es diferente y una cultura de la equidad, muchos de
los conflictos bélicos que hoy producen millones de víctimas no existirían. El
hecho de que en el Estado laico la legitimidad del gobierno descanse en la
soberanía popular, es decir, en la voluntad del pueblo y no en una religión o
autoridad religiosa, lo convierte en garante de principios, convicciones y
valores democráticos; y consecuentemente lo hace u obliga a ser respetuoso de
la pluralidad política, ideológica, étnica y religiosa. Por ello, la necesidad
de su preservación y, más aún, de su ampliación.
Y, por ello, también el riesgo de que ciertas
fuerzas ultraconservadoras pretendan en México disminuir el Estado laico a
través de la política, los medios de comunicación y la educación. A través de
la política, porque el gobierno presidido por Vicente Fox ha roto en
innumerables ocasiones con el principio de la separación entre Iglesia y
Estado. Un principio que desde la teoría política no es indispensable para la
laicidad institucional, pero sí para un país que, como el nuestro, ha tenido
crueles y sangrientas guerras de religión.
Harakiri político
Roberto Blancarte —investigador de El Colegio de
México— lo ha definido bien: “Cuando un diputado, un presidente de la República
o cualquier funcionario de gobierno acude con un líder religioso pensando que
va a adquirir mayor legitimidad, lo único que está haciendo es una especie de
harakiri político, ya que está acudiendo a una fuente de legitimidad que no es
la suya y está minando al mismo tiempo su propia fuente de legitimidad, que es
la voluntad popular a través de los ciudadanos…”
Dicho en forma más coloquial: no porque un alto
funcionario de gobierno bese el anillo papal o acuda públicamente a la iglesia
para recibir la bendición de un sacerdote, será considerado por el pueblo un
mejor presidente, mejor gobernador o un excelente diputado. En cambio, al
acudir con la investidura presidencial a actos litúrgicos, se privilegia a una
sola de la religiones y se da la impresión de que se gobierna solamente para
una parte de la población; cuando un jefe de Estado, que llegó al poder a
través de un proceso electoral democrático, no puede ni debe gobernar en forma
selectiva o discriminatoria. Es un representante popular que —como lo indica el
término— representa a un complejo abanico de gobernados con ideas diversas,
raíces socioculturales diferentes y credos multicolores. La calidad de su
representatividad es plural y tiene por ello la obligación política y ética de
respetar a cada instante esa diversidad. Pero, además, es necesario hacer
hincapié en que no fueron individuos en calidad de creyentes quienes lo
eligieron a través de las urnas, sino individuos, en calidad de ciudadanos,
quienes le dieron su voto.
Educación laica: paz y tolerancia
Lo mismo sucede con la educación. El artículo
tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos señala que
la educación que imparta el Estado deberá ser laica, es decir, que será
respetuosa de la libertad de creencias y que, por lo tanto, se mantendrá al
margen de cualquier doctrina religiosa. Este requisito es una garantía de que
no haya ningún tipo de discriminación en las escuelas y de que no se violen las
garantías individuales de nadie, se trate de un católico, de un judío o de un
protestante. Y de que, por consecuencia, la educación no sea fuente de
conflictos sociales sino, por el contrario, una semilla que haga germinar en
los individuos la cultura por la paz y la tolerancia.
En España acaba de ocurrir algo que demuestra la
tendencia que lleva la Iglesia mexicana en materia educativa. Los Legionarios
de Cristo —calificada por la prensa española como orden religiosa
ultraconservadora de origen mexicano— compraron en Madrid un colegio laico que
alberga a más de mil alumnos. Los nuevos propietarios anunciaron a los padres
de familia que la educación en esa institución dejaría de ser laica para
convertirse en católica, el director sería, a la vez, un asesor espiritual, se
dividirían o separarían a los varones de las niñas y se construiría una capilla.
Centenares de padres de familia expresaron su indignación y rechazo, varios de
ellos decidieron sacar a sus hijos de esa escuela para inscribirlos en un
colegio donde se respetara la laicidad, pero lo más importante de todo es que
en las protestas quedó asentada la crítica a una violación constitucional.
“Creía —dijo la madre de una estudiante— que vivía en un país en el que tenía
el derecho constitucional a elegir libremente la educación de mis hijos, pero
ahora se impone esta opción como un hecho consumado y una puñalada trapera”.
La proliferación en México de escuelas con una
filosofía pedagógica religiosa ha sido un factor de división y discriminación.
Mientras los sectores socioeconómicos más desprotegidos de la población
mexicana acuden a escuelas públicas y reciben, por lo tanto, educación laica,
una élite integrada por la clase más pudiente acude a colegios y universidades
privados, generalmente dirigidos por sacerdotes. La visión de país y el
concepto de mundo que reciben unos y otros es totalmente diferente. Mientras
dentro de la laicidad se inculca el valor de la universalidad, la equidad de
género, raza, credo, y está abierta a todos sin distingo alguno, la escuela
religiosa pondera el catolicismo por encima de las demás religiones y excluye
de sus planteles —directa e indirectamente— a quienes no profesen ese dogma.
Ese solo hecho de exclusión marca, por sí mismo, diferencias e inculca odios y
resentimientos que no existen dentro de la laicidad. Ese solo hecho demuestra
que cuando la religión invade espacios que corresponden especialmente a lo
público, deja de ser un factor de unidad nacional para convertirse en causa de
hostilidad y antagonismo.
Laicismo no es antirreligiosidad
Cierto es que el Estado laico no es, ni debe ser,
sinónimo de antirreligiosidad; cierto es también que la laicidad tiene como
base fundamental el hecho de que las instituciones políticas estén legitimadas
principalmente por la soberanía popular y no solamente por la separación
Iglesia-Estado; cierto es que la ley garantiza un trato igual a la iglesias,
pero también es cierto que la pretensión de la Iglesia católica de ser
propietaria de medios de comunicación masiva pone en riesgo —cuando menos en
México— la equidad entre las distintas instituciones religiosas. El acceso a
los medios, en tal caso, debería ser equitativo. Así como el Instituto Federal
Electoral vigila que los partidos políticos tengan una presencia plural y
equilibrada en las pantallas de televisión o en las estaciones de radio, las
organizaciones eclesiásticas deberían regirse por un reglamento similar. Que
todos se expresen, pero sin buscar tener el monopolio de la comunicación.
Quiero, para terminar, referirme a un libro de
reciente aparición que lleva por título Contra el fanatismo, del escritor
israelita Amos Oz. El autor sostiene que la guerra entre árabes y judíos no
existiría si no existieran los fanáticos que están tanto en uno como en el otro
lado. A eso —dice Amos Oz— se le llama el síndrome de Jerusalem, “todo el mundo
grita pero nadie escucha”. “Si los fanáticos pudieran curarse, el conflicto de
Oriente próximo ganaría en racionalidad y posibilidades de entendimiento”. “El
fanatismo es más contagioso que cualquier virus. Salir del universo fanático no
es fácil. Salir del fanatismo es abrirse al Otro y aceptar la complejidad”. Y
eso lo da no solamente el Estado laico, sino una cultura de la laicidad que a
final de cuentas no es más que una cultura de la tolerancia, que sólo puede
crecer dentro de la democracia.
Beatriz Pagés
Declaración
Universal del Estado Laico
A los
Estados Nacionales,
A los Gobiernos,
Congresos y Parlamentos,
A los
Organismos Internacionales,
A los
Partidos Políticos y Organizaciones No Gubernamentales,
A las
Asociaciones Religiosas,
A los
Ciudadanos del Mundo que la presente vieren:
En el
marco de la conmemoración del sesquicentenario del triunfo de la Reforma en
México y de la celebración republicana por los ciento cincuenta años del
nacimiento del Estado Moderno y Laico, en nuestro país, LA SOCIEDAD CÍVICA DE
MÉXICO, A. C. Formula la presente
DECLARACIÓN
UNIVERSAL DEL ESTADO LAICO
PRIMERO.-
Creer es un ejercicio de la libertad absoluta e inalienable del ser humano,
inherente a su facultad de pensamiento; por lo tanto, las Constituciones, las
Leyes, los Estados, los Gobiernos, las organizaciones o las personas, no
pueden, ni deben, hacerla objeto de ataque, limitación o persecución alguna,
alegando supuestas justificaciones en dogmas, mitos o prejuicios y, menos aún,
intentar imponer determinada confesión religiosa a Ciudadanos libres e iguales.
SEGUNDO.-
El Laicismo es el principio fundacional e inalterable del Estado moderno, el
camino a su democratización y sustento pleno e incondicionado de la libertad de
las personas para tener, no tener, o cambiar de creencias religiosas.
TERCERO.-
El Estado Laico, en nuestro tiempo, ha adquirido la categoría de compromiso
histórico, social y de conciencia de los pueblos y las naciones por mantener
incólume el postulado de la separación de la religión y lo eclesiástico
respecto a los asuntos de política y gobierno.
El Estado
Laico reclama, en el mundo entero, gobiernos que sean sus custodios, como
garantía de respeto al derecho irreductible de los Ciudadanos a la expresión
externa o práctica pública de sus devociones religiosas, mediante ceremonias y
actos de culto.
CUARTO.- Constituyen
actos de lesa humanidad, violatorios de los derechos fundamentales de las
personas y de ataque al Estado, que autoridades, sectas o individuos, denigren,
limiten o persigan a un Ciudadano por sus creencias religiosas o su
manifestación externa en ceremonias y actos de devoción o culto público.
QUINTO.-
Ante la pluralidad de creencias religiosas en el mundo, resulta ilegítimo y
contra razón llevar a cabo desde las estructuras del poder público del Estado,
acciones a favor de una determinada confesión religiosa en las que participen funcionarios públicos, así
como difundirla mediante imágenes, signos o señales religiosas en la propaganda
gubernamental.
SEXTO.-
La educación en un Estado Laico, sea pública o privada, está orientada por la
ciencia; el conocimiento sobre la naturaleza, el hombre y el universo, exige no
mezclarse ni confundirse con dogmas, mitos o doctrinas religiosas.
SÉPTIMO.-
En el Estado Laico, los funcionarios públicos pueden tener, al igual que
cualquier persona, una creencia religiosa; pero, la prudencia ante sus
conciudadanos y el respeto a su propia investidura pública, hace inapropiada su
expresión externa mediante ceremonias y actos de devoción o culto público, dada
la diversidad de confesiones religiosas en la sociedad, frente a la unicidad y
unidad del Estado y del orden jurídico, a los que ellos representan.
OCTAVO.-
En toda sociedad, la injerencia de sacerdotes, clérigos o ministros de culto,
abierta o subrepticiamente, en la lucha de partidos y facciones, por alcanzar,
conservar o recuperar el poder político y la riqueza económica, resulta
inconveniente para la armonía social y, por lo tanto, es inadmisible; tal
fenómeno constituye una desviación que debe corregirse mediante leyes sabias, a
fin de preservar el Estado Laico, única garantía de la paz social, en que se
sustentan la libertad, la igualdad y la justicia entre los hombres.
NOVENO.-
La confusión y mezcla de religión y política, nacidas del contubernio entre
gobernantes y sacerdotes, constituye una cohabitación inmoral, que pervierte la
devoción religiosa, pues oculta siempre insanas ambiciones de poder y riqueza
de los oficiantes religiosos.
DÉCIMO.-
Las doctrinas religiosas y las iglesias que hagan de ellas profesión de fe,
jamás serán instrumentos del Estado para el control de las conciencias, al
servicio de la dominación política y de la explotación económica. Que ningún
Ciudadano, gobernante o gobernado, use el nombre de Dios para justificar la
guerra o el crimen.
Estado
Laico es Paz. Estado confesional es guerra.
Saltillo,
Coahuila, México, a 24 de julio (Mes de la Reforma) del año 2010.
Declaración
Universal del Estado Laico
Dr.
Onosandro Trejo Cerda
Presidente.
Ing.
Gabriel Frías Olivares
Secretario
General
El Estado y la Iglesia,
controversia eterna.
En todos los eventos de la historia de nuestro
país, desde la Independencia de 1810, se nos muestra que ha existido una
constante lucha entre el clero político, dirigido desde el Vaticano y el Estado
Mexicano. Recordemos que el Vaticano condenó la Independencia; combatió la
Reforma propiciando la intervención francesa y la imposición de un imperio; y
finalmente combatió a la Revolución y al producto más importante de ésta, la
Constitución de 1917. Recuérdese que "la cristiada" se
levantó en armas contra la Constitución de 1917 proponiendo la llamada
"Constitución de los Cristeros", que buscaba volver al orden político
del virreinato.
Más de un siglo de la historia de nuestro país
estuvo marcado por las difíciles relaciones entre la Iglesia Católica y el
Estado. De este episodio los años más álgidos fueron, sin duda, los de 1926-1929.
La guerra cristera, como todo conflicto bélico, tuvo un periodo de gestación y
otro de conclusión que rebasa con mucho los años del levantamiento armado. Este
conflicto, que involucró a las dos instituciones más importantes, la Iglesia
Católica y el Estado Mexicano, tuvo su origen durante la segunda mitad del
siglo XIX, cuando el gobierno del presidente Benito Juárez promulgó las Leyes
de Reforma para institucionalizar la separación de poderes y fortalecer al
Estado Mexicano.
El proceso legislativo de la reforma liberal tenía
como metas:
I) La desamortización de la
propiedad corporativa, especialmente la eclesiástica, con el fin de poner en
circulación recursos que no eran debidamente explotados.
II) Nacionalizar los bienes eclesiásticos
para desarticular el poderío económico y político del clero.
III) Separar al Estado de la
Iglesia.
IV) Ejercer el dominio estatal
sobre la población mediante el registro de la población, y
V) Suprimir los fueros
eclesiásticos y militares.
El marco
legal para alcanzar estos fines, fueron:
1.
Separación
de la Iglesia y el Gobierno (12 de junio de 1859).
2.
Nacionalización
de los bienes eclesiásticos (12 de junio de 1859).
3.
Supresión
de las órdenes monásticas (12 de julio de 1859).
4.
Establecimiento
de la libre contratación de los servicios religiosos (12 de julio de 1859).
5.
Institución
del matrimonio civil (23 de julio de 1859).
6.
Establecimiento
del registro civil (28 de julio de 1859).
7.
Secularización
de los cementerios (31 de julio de 1859).
8.
Declaración
de la libertad de cultos y de la igualdad de todas las religiones ante la ley
(4 de diciembre de 1859).
9.
Abolición
de los delitos de carácter exclusivamente religiosos (4 de diciembre de 1859).
10. Abrogación de los recursos y
privilegios de la iglesia: fuerza, competencia y asilo (4 de diciembre de
1859).
11. Extinción del valor legal del
juramento religioso (4 de diciembre de 1859).
12. Reglamentación de los actos del
culto externo (4 de diciembre de 1859).
En 1926, las
hostilidades entre la iglesia y el estado llegan a su punto de ruptura. El
enfrentamiento pospuesto desde las leyes de reforma lleva, en estos años de
luchas intensas postrevolucionarias, a una de las rebeliones más controvertidas
de la historia de México: el conflicto religioso o Guerra Cristera, bajo el
grito de Viva Cristo Rey.
Una tensa
conciliación entre la iglesia y el estado se había mantenido a partir de la
promulgación de la constitución de 1917. La iglesia había recuperado el poder
espiritual perdido durante la guerra de reforma y ejercía mayor influencia. La
iglesia católica reafirma su posición de modificar los artículos 3°, 5°, 24°,
27° y 130° de la Constitución de la República. El gobierno reforma el código
penal sobre delitos del fuero común y delitos contra la federación en materia
de culto religioso y disciplina externa, en el cual se establecen sanciones penales
a las infracciones que se hagan al artículo 130° constitucional; esta ley es
conocida como "ley Calles".
La ley
Calles entraría en vigencia el 31 de julio de 1926, y todos los sacerdotes
deberían registrarse en gobernación, la iglesia consulta con la santa sede en
Roma para llevar a cabo la suspensión de cultos en las iglesias el mismo 31 de
julio. El Papa aprueba las medidas propuestas por el episcopado mexicano y se
ordena no respetar el nuevo marco constitucional existente para todos los
mexicanos. Al conocer las intenciones de los sacerdotes católicos, el estado
ordena que las iglesias sean cerradas e inventariadas en los casos que se
suspenda el culto religioso.
La guerra cristera fue una lucha fratricida que
alcanzó a cubrir tres cuartas partes del territorio nacional con cincuenta mil
creyentes fanatizados e impulsados por el sacerdocio, levantados en armas. La
resolución formal del conflicto se dio entre el gobierno de Emilio Portes Gil
y, por parte del Episcopado Mexicano, el obispo Pascual Díaz y el arzobispo
Ruiz y Flores en junio de 1929, después de las negociaciones, con la mediación
del embajador de Estados Unidos, Dwight D. Morrow, se estableció un acuerdo de
paz que suponía la no aplicación de las disposiciones legales emanadas bajo el régimen
de Plutarco Elías Calles, pero sin abrogarlas. Cuando los cristeros que habían tomado las armas
aceptaron deponerlas ante la reanudación de las actividades de culto, se puso
fin a la llamada guerra cristera.
Para la Iglesia, si bien los cultos habían sido
nuevamente abiertos a raíz de los acuerdos, en tanto que el estado se
desentendía de aplicar la legislación que había causado tanto conflicto,
existía un nuevo problema al cual volcó sus energías, denunciando lo que
consideraba un atentado a los preceptos y la moral católicos: la educación
socialista. En los boletines parroquiales de las décadas de los años treinta y
cuarenta hay críticas exacerbadas con respecto a la educación que imparte el
Estado a través de las escuelas oficiales, a la cual consideran ateizante y de
ideas comunistas.
Algunos de los sacerdotes de las parroquias de los
pueblos amenazaban con excomulgar a quienes mandaran a sus hijos a estudiar en
las escuelas de gobierno, en tanto que a los padres de familias católicas se
les amenazaba con la prisión si enviaban a sus hijos a las escuelas
parroquiales. Como puede observarse, el conflicto seguía latente a través de
otras instancias.
Aunque durante las décadas siguientes la lucha
armada había dejado de ser una opción, las diferencias entre ambas
instituciones no se habían resuelto y las asperezas en su relación continuaron
latentes. Ambas, Iglesia y Estado, mantuvieron un profundo silencio con
respecto al conflicto y, por supuesto, tampoco contemplaron hacer un balance
sensato de su actuación en el periodo.
Tal vez con ello se pretendía borrar de la memoria colectiva este
episodio vergonzoso y así exculparse, ambos, de su responsabilidad frente a la
historia.
Con la visita al Vaticano de Luis Echeverría
Alvarez en los últimos días de su mandato, recordemos que buscaba un cargo en
la ONU, dejo sentadas las bases para que en el gobierno de José López Portillo,
el Papa Juan Pablo ll, llegara a nuestro país, y así reiniciaran nuevas
estrategias para socavar al gobierno mexicano. Fue hasta 1988 con el
acercamiento salinista con el Vaticano, cuando las relaciones diplomáticas
entre ambos Estados toman un nuevo giro que pretende subsanar sus diferencias.
La reforma al artículo 130 constitucional, que
otorga personalidad jurídica a la Iglesia (reforma que fue pensada en relación
con la Iglesia Católica y que necesariamente hubo de ampliarse a las demás
denominaciones) marcó el inicio de una nueva etapa. A muchos sorprendió la
presencia de altos prelados católicos en la toma de posesión de Carlos Salinas
de Gortari como presidente de los Estados Unidos Mexicanos en 1988, pero esta
invitación era el anuncio de los cambios que el nuevo régimen intentaba y que
culminó con la reforma citada en 1992.
En este nuevo contexto la jerarquía de la Iglesia
Católica inicia el proceso de canonización de los mártires de la guerra
cristera, que culminó en mayo del 2000. Estos procesos de canonización pueden
interpretarse como una respuesta de la jerarquía a un problema no resuelto;
problema que sigue estando presente en la conciencia histórica con muchas
implicaciones que causan confusión, crisis de conciencia, dificultades en la
integración de la identidad cultural, falta de credibilidad en la institución y
la búsqueda cada vez mayor de nuevas opciones religiosas.
Actualmente,
por doquier aparecen signos y eventos de nuevos intentos de dominio de la
Jerarquía Católica, encabezados por los altos y grupos de la ultraderecha
mexicana como: El Yunke, Vertebra, Pro-Vida, Conciencia Ciudadana, la Unión
Nacional de Padres de Familia, Alianza Cívica, el Centro Nacional de
Comunicación Social, las Universidades proclives a la religión, Caballeros de
Colón, Opus Dei, Legionarios de Cristo, Desarrollo Humano Integral, A.C., etc.
Actualmente, por doquier aparecen signos y eventos
de nuevos intentos de dominio de la Jerarquía
Católica, encabezados por el propio Norberto Rivera Carrera y Juan Sandoval Iñiguez
y grupos de la ultraderecha mexicana como: El Yunke, Vertebra, Pro-Vida,
Conciencia Ciudadana, la Unión Nacional de Padres de Familia, Alianza Cívica,
el Centro Nacional de Comunicación Social, las Universidades proclives a la
religión, Caballeros de Colón, Opus Dei, Legionarios de Cristo, Desarrollo
Humano Integral, A.C., etc.
Ante esta peligrosa situación de reto de las
fuerzas más negativas, oscurantistas y fanáticas, debemos unirnos los mexicanos
patriotas en todas las actividades para defender a nuestra Patria, de la
ofensiva de la derecha antinacional, para evitar una guerra civil que tendría
consecuencias catastróficas para el futuro mediato e inmediato de nuestro país.
Abrir la puerta, como se ha hecho, a la
intervención del Vaticano y de la jerarquía eclesiástica en la vida política del
país, en este período de profunda crisis como la que vivimos, es un grave error
porque el alto clero de la iglesia católica, como organización política que es,
se halla empeñada en una nueva evangelización, similar a la de la conquista,
que le permita recuperar la influencia perdida, aliándose, como lo ha hecho
cuando así ha convenido a sus intereses, con las fuerzas reaccionarias y
antipatrióticas para impedir la transformación progresiva y fortalecimiento de
nuestra Patria.
De los mexicanos y solo de nosotros, dependerá que
nuestra nación pueda algún día ser realmente libre e independiente, ojala
vivamos para verlo, y sino nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos, pero
créame que un día será; para ella debemos prepararnos, educarnos, desfanatizarnos
y luchar con las armas del derecho y la razón. Existen fuerzas semiocultas que
desean establecer en México una Religión de Estado. Advertidos estamos quienes
pretendemos ser libres y pensamos en el laicismo como una forma de vida.
Miguel
García Mejía
MASONERÍA, LAICISMO Y
LIBREPENSAMIENTO
Estos tres movimientos van íntimamente unidos y
todos ellos se desarrollan a finales del S. XVII y durante el S. XVIII.
Surgen como respuesta a la situación política y
social existente en la que predomina el poder absoluto, la falta de libertad y
una estrecha y simbiótica relación entre Iglesia y Estado.
Una característica fundamental en ellos es el
señalar que la Razón debe ser el instrumento básico en la búsqueda de la
Verdad, dejando de lado dogmatismos, creencias y criterios de autoridad.
Por ello creo que la siguiente frase de Galileo
Galilei compendia perfectamente este espíritu que deseo, no se si lo voy a
conseguir, que impregne este trabajo.
Esta cita dice así: "No me parece que sea
necesario creer que el mismo Dios que nos ha dado nuestros sentidos, nuestra
razón e inteligencia, haya deseado que abandonáramos su uso, dándonos por otros
medios la información que podríamos obtener a través de ellas".
La Francmasonería actual, es decir, la de tipo
especulativo, ha recogido uno de los principios básicos que estaba en la base
de la actuación de nuestros antepasados operativos, la libertad; querían ser
libres, tanto espiritual como socialmente, entre otras cosas, para no depender
de los poderes políticos feudales que sólo admitían siervos de la gleba o
súbditos, a los que únicamente se les permitía el producir o guerrear en
beneficio de sus señores y que no gozaban de derechos ni de instrucción.
Esta libertad que los francmasones operativos
reclamaron y obtuvieron, les sirvió para poder avanzar en el perfeccionamiento
de su Arte y transmitir el conocimiento profundo de la Humanidad a través de
los símbolos labrados en la piedra, y para organizarse y ayudarse
fraternalmente.
La Francmasonería actual, exige a cualquier ser
humano, como requisito básico, para poder integrarse en la misma, que sea una
persona libre.
La mente de cualquier francmasón debe ser libre,
absolutamente, siempre y en todo momento, para buscar la Luz que le debe guiar
en la búsqueda de la Verdad, punto omega al que aspiramos llegar y que nunca
alcanzaremos en nuestro camino terrenal.
Cada uno de nosotros, en nuestro camino, logramos
aprehender una parte de la Verdad, que puede no ser, en absoluto, coincidente
con la de otros y sin que ello suponga superioridad de una verdad sobre otra.
De ahí que la verdad personal casi nunca sea cómoda
en nuestras relaciones y de forma especial cuando median convicciones o
creencias.
En este camino personal que todo francmasón realiza
en búsqueda de la Verdad se encuentra siempre con los inexorables enemigos de
la misma como son el dogmatismo con sus acompañantes el fundamentalismo y la
intolerancia, la insolidaridad manifestada actualmente por una competitividad
desenfrenada y a una globalización económica con concentración de beneficios en
unos pocos y el individualismo en base a la desigualdad de los seres humanos
con aparición de xenofobia y racismo.
De ahí que la Francmasonería se haya erigido en
todos los tiempos como una acérrima defensora de la Razón y de que todos los
seres humanos nacen iguales y con los mismos derechos y deberes.
No es casual que la francmasonería especulativa y
el librepensamiento se remonten al Siglo XVII y XVIII y más concretamente al
período de la Ilustración.
Durante el Siglo de las Luces, numerosos
pensadores, vieron en la Razón el elemento esencial del progreso humano.
De su mano se podían destruir ancestrales creencias
que sólo producían inmovilismo y bajo su luz los hombres podían adentrarse en
el estudio de la naturaleza y sus mecanismos, llegando a explicaciones lógicas
de cuanto acontecía en su entorno.
Un movimiento ideológico de estas características
debía prender con fuerza en la España de finales del Siglo XIX, dominada por el
oscurantismo y el caciquismo, en aquellas personas que no aceptaban
resignadamente esta situación.
Desde los primeros años de la década de 1880
existieron en España organizaciones librepensadoras.
El librepensamiento y la masonería están
profusamente unidos tanto en su dimensión internacional como en la referida a
España.
Algunos de los más destacados representantes del
librepensamiento español fueron francmasones, y las ideas librepensadoras se
encuentran en multitud de documentos firmados por organizaciones francmasónicas.
Globalmente se puede afirmar que los
establecimientos masónicos y los propios francmasones constituyeron un amplio
apoyo del movimiento librepensador llegando, en ocasiones, a confundirse.
La decadencia del movimiento librepensador en
España coincidió con la crisis de la masonería en los últimos años del Siglo
XIX, pero las ideas librepensadoras no desaparecieron del discurso masónico.
Asimismo la institución masónica puede ser
catalogada como plenamente favorable a todo lo científico y a sus avances sin
ningún tipo de recelos.
No podía ser de otro modo.
Uno de los grandes principios masónicos, grabados
en el frontispicio de su edificio filosófico, es el progreso de la humanidad.
Consecuente con ello, todo lo que suponga un avance
social, una mejora material o espiritual del común de los hombres, y la Ciencia
proporciona multitud de ejemplos de ello, recibelos beneplácitos de la
masonería.
En la declaración de principios de la Gran Logia
Española, vigente durante la II República se especifica que "la Masonería
no reconoce más verdades que las que se fundan en la razón y la ciencia, y con
los resultados obtenidos por esta última combate las supersticiones y los
prejuicios sobre los cuales fundan su autoridad todas las Iglesias".
Como muy bien señala algún autor, el
librepensamiento es un ejercicio de alto riesgo que como se puede constatar en
muchos momentos de nuestro devenir histórico ha llevado a muchas personas
buenas y generosas al destierro e incluso a la muerte, todo ello realizado por
aquellos que se hallan en posesión de la "Verdad" y que además creen
tener y así lo manifiestan a "Dios" de su parte, ya que exigen que
todos compartan su "Verdad" que tiene un valor absoluto y no es
discutible.
El librepensamiento es propio del ser humano que ha
evolucionado y que pone la Razón por encima de otras consideraciones
acomodaticias cubiertas, casi siempre, por el manto de una religiosidad basada
en prejuicios y dogmas indiscutibles y que considera a la humanidad como menor
de edad, todo ello en beneficio de unas determinadas oligarquías que han hecho
un ensamblaje perfecto entre el "Trono y el Altar" para mantener sus
privilegios y su dominación sobre los diferentes grupos humanos.
Las castas políticas y religiosas han ido desde los
tiempo santiguos, y durante muchos años, estrechamente unidas y de común
acuerdo para dominar a la humanidad, ya que ello les resolvía a ambas su
necesidad de defensa: defensa material contra el hombre mismo y los animales salvajes
y dañinos, y defensa espiritual contra las fuerzas ciegas y brutas de la
naturaleza.
Por ello la esencia del librepensamiento es su
lucha contra las imposiciones ideológicas y los dogmas religiosos manteniendo
como elementos básicos en su pensamiento la no aceptación, sin discusión y
críticamente, de las ideas del poder establecido, el rechazo de la validez
legitimadora de lo que algunos malentienden por tradición y la crítica de las
autoridades establecidas.
Por ello, al margen de planteamientos personales
preconcebidos, si algo externo se demuestra que es verdadero y real, cabe
éticamente la obligación de reconocerlo como tal, aunque nos cueste.
Las corrientes librepensadoras lograron a partir
del S. XVIII romper con el Antiguo Régimen, traer el constitucionalismo, los
Derechos del Hombre, la democracia, nuevos conceptos educativos, etc., logrando
con ello un avance de la humanidad, pero hoy, desgraciadamente, la existencia
de corrientes ideológicas que defienden el pensamiento único, el ocaso de las
ideologías, la globalización y manipulación de la información, la expansión de
concepciones que inculcan los valores de que uno vale por lo que tiene y no por
lo que es, etc., hace que el librepensamiento continúe siendo necesario ya que
la humanidad solamente avanza a partir de personas que en un momento dado
plantean aquello que no se puede plantear, preguntándose sobre las razones o
los motivos de aquellas cosas que son tenidas como evidentes y señalan que la
Verdad, necesariamente, no es la que nos dicen los libros, por sagrados que
sean, ni mucho menos por los medios de comunicación de masas que nos invaden.
El camino histórico del librepensamiento suele
correr parejo al del tortuoso y conflictivo proceso de secularización,
secularismo o laicismo.
Laicismo entendido, en primera instancia, tal como
es definido en el Diccionario de la Lengua Española como la "doctrina que
defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente
del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa".
De ahí que el S. XVIII sea el momento de la gran
eclosión laicista de la historia de la humanidad.
Pero para centrarnos en el tema del laicismo creo
que mejor que la definición de la Academia de la Lengua es la que nos
suministra Albert Bayet al señalarlo como "la idea de que todos los seres
humanos - sean cuales fueren sus opiniones filosóficas o creencias religiosas-
pueden y deben vivir en común dentro del respeto por la verdad demostrada y en
la práctica de la fraternidad. Quienquiera que de buena fe, piensa que el
hombre debe amar a sus semejantes, es un laico".
De aquí que ya a partir del siglo XVII, comiencen a
aparecer, sin ningún tipo de temeroso disimulo, tolerantes posturas teológicas,
tanto cristianas como sincréticas, o laceradas y rotundas teorías
antirreligiosas y ateístas.
Como ejemplo de las primeras, las cristianas,
tomemos al movimiento espiritual inglés de los "buscadores" y a su
legítima y tolerante herencia cuáquera; como ejemplo de teologías sincréticas,
escojamos el sin duda admirable deísmo francmasónico y su aneja y
revolucionaria - por adelantada- reivindicación de religión natural; como
ejemplos de manifiestos claramente antirreligiosos, recordemos la obra del
librepensador Isaácus Vossius (1618 - 1689) y por último, como muestra de las
incipientes reflexiones ateas de nuestra historia moderna, valga tomar como
paradigma la obra del célebre cura ardenés Jean Meslier (1664 -1729).
Desde comienzos del Siglo XX hasta la fecha, el
conflicto entre liberales y reaccionarios continúa planteándose en los mismos
términos que en siglos anteriores. Por una parte están quienes desean la
absoluta neutralidad religiosa del Estado, el matrimonio civil, el divorcio, la
enseñanza laica y la libertad religiosa completa, con plena igualdad de
derechos y deberes para todos los hombres y para todos los credos (llámeselos
como se los llame, éstos son laicistas en sentido estricto). Por la otra parte
están los defensores del retorno a la concepción medieval de la vida, en la que
el hombre sólo gozaba de la "libertad" de someterse a la voluntad
absoluta de la Iglesia católica "sociedad perfecta" de origen divino,
que no puede estar bajo ninguna autoridad laica.
Un ejemplo claro de estas posturas, propias de
concepciones periclitadas, nos lo da la Enciclopedia Espasa al definir el
laicismo como "la intromisión del poder civil en los asuntos
eclesiásticos. Significa el sistema doctrinal que se propone arrancar de la
sociedad y de la familia la influencia religiosa. Tiene varios grados: unos intentan
cercenar de las instituciones la religión católica, otrostoda religión positiva
y los más radicales aún la idea de religión".
En la actualidad las posturas iniciales del
laicismo continúan teniendo vigencia. Algunos pensadores cristianos que defienden
el laicismo señalan, sin embargo, que si se admite que las religiones poseen
unos valores positivos para la ciudadanía, el estado laico debe auspiciar y
ayudar al desarrollo de estas confesiones. A mi modo de ver ello no responde
realmente a una auténtica defensa de la igualdad, sino que de, modo encubierto,
se pretende que perduren las influencias y las concepciones que existían
anteriormente. Otros pensadores consideran que las ideas y creencias religiosas
son nefastas para la humanidad y por ello defienden que el estado laico actúe
beligerantemente frente a ellas.
Nosotros creemos que el laicismo significa defensa
de la libertad de conciencia, por lo que no es ni proclama de ateismo, ni
movimiento antirreligioso; es espíritu de libertad y nace de la necesaria
secularización de la ciencia, la filosofía, la historia y las instituciones.
Sostiene que el Estado, como entidad de derecho, no puede profesar culto
alguno; que especialmente en la democracia, la educación es una función
primordial del Estado; que la educación laica es el método educativo específico
de la democracia; que el Estado debe proponerse formar hombres libres,
ciudadanos y no súbditos, con discernimiento propio y que, no es posible fundar
en el dogma la educación del hombre libre; y que, además, el laicismo escolar
es la condición "sine qua non" para que la libertad de cultos no sea
una ficción carente de valor real. El laicismo significa, esencialmente, una
alteración de la relación entre el mundo y la religión; en lugar de ocupar ésta
el lugar central y dominante de todas las actividades humanas, como ocurrió en
cierta fase de la historia de Occidente, y actualmente ocurre en varios países,
especialmente musulmanes, se la reduce a lo que debe ser su propia esfera, el
fuero de la conciencia personal.
En resumen, yo diría que el laicismo es la defensa
integral de la conciencia humana contra toda coerción, invasión o cercenamiento
de origen dogmático, ideológico o político. En las filas del laicismo que predica
y practica la más amplia y generosa tolerancia y fraternidad caben, por cierto,
muchos matices de la cosmovisión humana, y así es posible que entre ellos haya
liberales, cristianos, judíos, agnósticos, librepensadores, racionalistas,
socialistas, positivistas y ateos, sea cual fuere la doctrina metafísica o la
postura ante lo incognoscible de cada uno de sus miembros. Todos ellos bajo el
común denominador del laicismo, no luchan por destruir a determinada religión o
a todas las religiones, y sólo pretenden que el Estado y sus instituciones e
instrumentos fundamentales, el gobierno, la justicia, la educación, las fuerzas
armadas, la legislación, se mantengan apartados de toda injerencia o influencia
de una religión y de sus ministros, que no hacen a la esencia de la democracia.
Porque el laicismo, como es lógico, se siente
consustancial con la democracia y sabe que sus ideales sólo pueden lograrse
plenamente en una sociedad democrática, entendiendo por democracia, libertad
-libertad de expresión, de prensa, de conciencia, libre acceso a las fuentes de
información-; libertad que lleva el reconocimiento implícito de la libre
autodeterminación y dignidad de la persona humana, desde su infancia.
Laicismo no es otra cosa que un marco de relación
en el que los ciudadanos podemos entendernos, sin entrar en temas a los que
cada individuo aplicamos nuestras íntimas convicciones personales. Laicismo es
levantar puentes que nos permitan comunicarnos desde la desigualdad, pero en
convivencia, porque se trata de unir lo diferente. Laicismo es sinónimo de
tolerancia y, en contra de lo que se manifiesta a veces, ser laico no lleva
aparejado sentir fobia hacia lo sagrado ni arremeter desaforadamente contra la
Iglesia católica ni contra ninguna otra Iglesia. El laicismo carece de
connotaciones doctrinarias y no se ve obligado a luchas anticlericales, aunque
las doctrinas sean legítimas, y sea legítimo también no estar de acuerdo con
ciertas posturas del clero. Gracias a esta concepción del laicismo nos es dado
ver en cada uno de nuestros conciudadanos a seres libres e iguales a nosotros,
sin que nos deba importar la etnia a la que pertenezcan, el partido político al
que voten o las convicciones que zarandeen su espíritu. Hay ámbitos para lo
común, que el laicismo hace cómodos y ámbitos que deben permanecer en el
"sancta santorum" que los seres humanos llevamos dentro de nosotros.
El laicismo jamás ha de ser cátedra de dogmas, sino
pantalla de opiniones que las personas sabrán elegir responsablemente para sí;
no señala posturas a tomar sobre asuntos como el divorcio, la homosexualidad,
la eutanasia, las terapias genéticas, limitándose a permitir la reflexión sobre
éstos y sobre otros temas que unos pocos intentan hacérnoslos mirar desde
"su" verdad. Gracias al laicismo hemos aprendido a respetar el modo
en el que cada ser humano afronta el Misterio sobrecogedor, fascinante e
inmenso que nos envuelve a todos y que algunos solucionan apostando por Yahvé,
otros por Alá, otros por Cristo y otros relegando cualquier aceptación metafísica.
Hemos de ser conscientes de que el hecho religioso
es de suma trascendencia para gran parte de los seres humanos, por lo que
debemos sentirnos dispuestos a levantar nuestra voz con la finalidad de que
nadie sufra persecución por la fe que ha elegido. El laicismo es luchar por lo
nuestro, es abrir ventanas de comprensión y de justicia y es luchar sin tregua
contra los fanatismos que perturban y distraen en la tarea común del bienestar
irrevocable del hombre, para que haya libertad, paz y justicia.
Un campo donde los postulados propios del laicismo
encuentran su mayor aplicación es el de la educación. De ahí que se hayan
desarrollado grandes esfuerzos por conseguir una enseñanza basada en la
racionalidad y en la no introducción ni establecimiento de dogmas religiosos.
Librepensadores y francmasones han incidido fuertemente en este terreno. Pero
muchas veces al hablar de masonería y educación se tiende a pensar en la
actuación de la masonería en el campo de la enseñanza, por medio de diversos tipos
de instrumentos: centros docentes; presiones en la orientación de la política
educativa; influencias de políticos con vínculos masónicos y con
responsabilidades en la administración educativa,.. Sin restar importancia a
tales aspectos centrados en la actuación de la masonería en el mundo externo a
ella, quedarnos sólo en ellos seria conocer sólo una parte de la realidad.
Porque la educación puede y debe ser contemplada como una actividad interna de
la masonería.
La masonería es, por definición una orden
iniciática. Y como tal, debe ser considerada como una escuela de formación de
sus integrantes. Para alcanzar esas metas la masonería dispone,
prioritariamente, de los trabajos en las logias. Desde esa perspectiva educativa,
el objetivo de la masonería no es inculcar a sus adeptos, un conjunto de
conocimientos y verdades, sino, fundamentalmente, principios filosóficos y un
sistema de valores. Según nos enseña la propia historia de la orden, el ideal
de hombre que la masonería quiere formar debe estar en posesión de tres
cualidades básicas. Ha de ser una persona ilustrada, moral y libre. Ilustrada
para que pueda aportar, con su estudio, algo en la tarea de progreso que la
masonería propugna. Moral para que distinguiendo el bien del mal, contribuya a
la felicidad propia y de los que le rodean. Libre porque sin libertad no se
puede ser responsable. Y sin responsabilidad no se puede afirmar la persona.
Otros sectores masónicos, especialmente en algunos países europeos e hispanoamericanos,
han dado un matiz especial a esta última cualidad, interpretando la libertad en
el hombre, como la ausencia de presiones externas, fundamentalmente
provenientes de la Iglesia Católica.
Después de la dura lucha desarrollada desde el
Siglo XVIII en que la Iglesia y el Estado se disputaron la escuela y la
universidad, el laicismo moderno ha tenido que levantarse frente a las
pretensiones de algunos de revitalizar a la Iglesia como poder político y ha
tenido que levantar, una vez más, su voz respecto de las sectas y grupos
religiosos excluyentes con signos de limpiezas étnicas.
Se ha dicho que en los 40 años que precedieron a la
Segunda Guerra Mundial se registraron 88 conflictos armados, mientras que desde
1945 han estallado cerca de 200 guerras de alta intensidad, la mayor parte de
ellas consecuencia de conflictos étnicos y religiosos (Yugoslavia, Serbia,
Ruanda, Somalia, Sudán, Burundi, Georgia, Chechenia, Timor Oriental, etc.) que
han constituido peligros de la magnitud de los originados por la Guerra Fría,
sin soslayar la actual forma de guerra que constituyen los terrorismos de
diversa índole.
Algunos católicos, protestantes, musulmanes y
judíos quieren resolver sus diferencias con sangre y todos quieren tener un
Dios hecho a su medida, que los ampare y favorezca y que, también, los
justifique en sus desmanes e intereses, olvidándose de que se puede vivir con
tolerancia, como algunas experiencias pasadas nos lo enseñan. Debemos defender
denodadamente la universalidad de los derechos humanos, la tolerancia y la
solidaridad.
Cuando uno comprueba los muchos esfuerzos que se
han realizado desde el Siglo XIX por una educación integral y laica, respetuosa
con todas las creencias religiosas, pero dejando éstas en el terreno privado y
que en nuestro país llevó a muchos pedagogos al sacrificio, no deja de
sorprendernos que en la actualidad continúe señalándose como irrenunciable la
presencia de la religión en las aulas, tal como algunos medios de comunicación
y comentaristas reiteran una y otra vez. No parece que nuestra sociedad haya
cambiado tanto.
Ninguna doctrina mejor que el laicismo para que los
valores inapreciables de la tolerancia y la justicia se desarrollen y crezcan a
favor del respeto a la libertad de pensamiento, a la dignidad y destino de esos
hombres y mujeres, tantas veces postergados por sus creencias, su raza, su
nacionalidad o su educación, que siendo un derecho, les ha excluido. Nada
impide tanto el acercamiento entre los seres humanos como la desigualdad en el
saber.
El laicismo es luchar por lo nuestro, es abrir las
ventanas de la comprensión y la justicia y es luchar sin tregua contra todos
los fanatismos, que perturban y distraen en la tarea común del bienestar
irrevocable del hombre. El laicismo debe iluminarnos y ayudarnos a caminar
todos juntos, cada cual con su verdad, para conseguir en el futuro que el
pensar en libertad sea lo natural y propio de cualquier ciudadano. Simplemente
señalar que la mejor garantía para el desarrollo de las creencias personales es
la existencia de un Estado plenamente laico, que practique plenamente la máxima
evangélica de"dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del
César".
Josep Corominas y Busqueta.