HOMBRES DE LA REFORMA
Plan
de Ayutla
Plan
de Tacubaya
Benito
Juárez García
Melchor
Ocampo
Ponciano
Arriaga
José
María Mata
Francisco
Zarco
Guillermo
Prieto
Ignacio
Ramírez
José
María Iglesias
Sebastián
Lerdo de Tejada
Miguel
Lerdo de Tejada
Matías
Romero Avendaño
Jesús
González Ortega
Ignacio
Manuel Altamirano
Plácido
Vega Daza
Santos
Degollado
José
María Arteaga
Manuel
Doblado
Mariano
Escobedo
Ignacio
Zaragoza
Ignacio
Comonfort
Porfirio
Díaz Mori
Valentín Gómez Farías
Valentín Gómez Farías
Leandro
Valle
Epístola de Melchor Ocampo
Julio de 1859
Declaro en nombre de la ley y de la Sociedad, que
quedan ustedes unidos en legítimo matrimonio con todos los derechos y
prerrogativas que la ley otorga y con las obligaciones que impone; y
manifiesto:
"que éste es el único medio moral de fundar la
familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo
que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano.
Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados
deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno
para sí.
El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el
valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer, protección, alimento y
dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de
sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al
débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la
Sociedad se le ha confiado.
La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación,
la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido
obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la
veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza
de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo
propia de su carácter.
El uno y el otro se deben y tendrán respeto,
deferencia, fidelidad, confianza y ternura, ambos procurarán que lo que el uno
se esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión.
Que
ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque
las injurias entre los casados deshonran al que las vierte, y prueban su falta
de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se maltratarán de obra,
porque es villano y cobarde abusar de la fuerza.
Ambos
deben prepararse con el estudio, amistosa y mutua corrección de sus defectos, a
la suprema magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a serlo,
sus hijos encuentren en ellos buen ejemplo y una conducta digna de servirles de
modelo. La doctrina que inspiren a estos tiernos y amados lazos de su afecto,
hará su suerte próspera o adversa; y la felicidad o desventura de los hijos
será la recompensa o el castigo, la ventura o la desdicha de los padres.
La
Sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que
le hacen dándoles buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma, censura y
desprecia debidamente a los que, por abandono, por mal entendido cariño o por
su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió,
concediéndoles tales hijos. Y por último, que cuando la Sociedad ve que tales
personas no merecían ser elevadas a la dignidad de padres, sino que sólo debían
haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de conducirse dignamente, se
duele de haber consagrado con su autoridad la unión de un hombre y una mujer
que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien".